sábado, 6 de abril de 2013

2 de abril - Día Internacional del Libro Infantil


Invasión de Letras

Herminia Solimando era bibliotecaria en la escuela número 13. Ella amaba los libros. Los amaba tanto que cada media hora los ordenaba. Cuando los acomodaba por autor,decía:
–¡Uh, esto no queda bien, uno alto pegadito a uno bajo, uno flaquito apretujado entre dos colecciones de tapas duras! ¡Así no me gusta!
Entonces los reacomodaba por altura, pero se presentaba otro problema:
–¿Qué hace mi querido amigo “Historia del S.XX” viviendo junto al práctico señor “Aprenda a Arreglar Electrodomésticos”, que a su vez es vecino de este muchacho que tanto le gusta el agua: “La Vida Marina”? -se preguntaba preocupada Herminia.
Entonces otra vez los ordenaba por color o por fecha de edición, por tipo de tapa o por cantidad de páginas. Mientras los ubicaba por vigésima vez les pasaba el plumero y prestaba atención que ninguno quedara apretado, tampoco inclinado o acostado.
Cuando los niños iban a la biblioteca tenían que leer muchos carteles:
“No acercarse más de tres baldosas a los libros.”
“Si desea un libro debe pedirlo con veintinueve días de anticipación y tener toda la documentación en regla.”
“Para saber qué necesita para ser usuario tiene que consultar carpeta de formularios, folio 533 al 1551.”
Los alumnos observaban los libros con deseos de hojearlos, pero Herminia miraba las manos de los niños y se quedaban inmóviles como los libros en los estantes.
Aunque en realidad los chicos comentaban que los libros se movían, pero nadie les creía. El comentario se confirmó cuando fueron el lunes a la biblioteca y, mientras la señorita Solimando inspeccionaba las manos de los niños, un alado ejemplar llamado “Coloridos Cantos de Pájaros”, se inclinó quedando medio cuerpo fuera de la estantería y empujó al señor Diccionario que con gusto caminó un pasito hacia adelante y tocó un libro de “Artes Marciales para Marsupiales”, que dio un giro en el aire y cayó en la cabeza de la señorita Herminia. La bibliotecaria sufrió un leve mareo y, al recuperarse, miró horrorizada la estantería donde todos los libros estaban fuera de lugar, incluso algunos descansaban en el piso.
–¡Esto es un caos! -gritaba Herminia mientras se tiraba de los pelos.
Los chicos no pudieron explicar que no tenían nada que ver con la situación de “caos” y fueron suspendidos de la biblioteca por un mes, por ese motivo no hay testigos de los hechos que se desarrollaron a partir de ese día:
Herminia Solimando se retiró de su trabajo a las 17 horas, cerró la biblioteca con llave, pasador y trancas. Antes se aseguró que cada libro estuviera en su lugar ordenado según el alfabeto, pero empezando por la z.
Cuando los libros se quedaron solos tomó la palabra el señor Diccionario que tenía mucha autoridad entre sus compañeros. Con voz ronca sacó de sus páginas un vocablo:
–Hastío.
Su primo, el Diccionario de Sinónimos, no tardó en responderle:
–Aburrimiento, cansancio, disgusto, fastidio, molestia.
– ¡Todo eso es lo que siento! -interrumpió un bello libro de poemas- mi destino está en los labios de los enamorados, los soñadores, los bohemios…
– ¡Y el mío en los laboratorios -dijo un ejemplar con cara de célula y orejas de tubos de ensayo
– ¡Yo quiero que mis letras las reproduzcan en teatros callejeros -acotó el libro “Obras de ayer y de siempre para todos los gustos y para toda la gente”- con su doble cara dramática y cómica.
– Mis páginas quieren esconderse dentro de las guitarras -agregó la “Antología de Canciones Populares”.
Los libros deseaban salir a conocer amigos, así fue que más de mil escaparon por la ventana. El viento los ayudó soplando en un primer momento del Sur y al segundo del Este, después fue viento Norte y no se olvidó de soplar desde el Oeste. Se repartieron los poemas, las historias y las idea por todos lados y direcciones. Los libros fueron techitos y sombreros,escaleras, puentes, alimentos, sueños, despertadores…
La ciudad y el campo se desperezaban cuando los libros se acomodaron en el mismo sitio que la señorita Herminia los había dejado. Cuando las Sherlock Holmes de las bibliotecarias llegó, enseguida notó que algo había sucedido:
– ¿Y esta oreja doblada? ¡Ooohhh! (se espantó Herminia ante un lomo encorvado), ¡Aaahhh! (gritó ante un lomo achatado).
Herminia se detuvo frente a “Historia Única: un pez sabe música”. El cuerpo del libro parecía un bandoneón. Herminia lo tocó y escaparon sonidos que invitaban a bailar, pero a ella la hicieron llorar. Tanto lloró que las lágrimas se deslizaron por los pasillos de la escuela, entraron a las aulas y los chicos tuvieron que terminar la clase del día sentados en los bancos, parados en los picaportes y colgados de las lámparas.
Un batallón de porteros, bomberos y vecinos con sus secadores (de piso y de pelo), trapos y trapitos, no podían detener tantas lágrimas. Las tablas de multiplicar, las acuarelas, las pulseras de la señora directora, las uñas postizas de la señorita de cuarto grado… ¡todo flotaba en la escuela!
Los libros estaban sequitos porque -antes de mostrar su sufrimiento- Herminia se encargó de protegerlos. Para que los libros no se desacomodaran en su ausencia, la bibliotecaria llamó a una ferretería e hizo un encargue de varios camiones cargados de cadenas y candados, uno para cada libro. Así quedaron los libros encadenados.

Herminia dormía en su casa y el plumero descansaba en un rincón de la biblioteca, cuando doña Democracia dijo:
– No nos pueden impedir que expresemos lo que cada uno tiene en su interior.
– Estoy de acuerdo, de qué me sirve saber tanto de derechos y garantías si no se lo puedo contar a nadie -dijo la Constitución.
Y así se armó una Asamblea de Libros con la consigna:“El derecho a ser leído y no caer en el olvido”. Se acordó por voto unánime que, aunque estuvieran atados, iban a liberar lo más valioso que tenían y que estaba intacto en el interior de cada uno. Así fue como las letras se desprendieron de las hojas. Las salas de espera de los hospitales, las almohadas, la mesa familiar, los bancos de las plazas y los trenes fueron invadidos por letras. Una invasión de letras que se tomaron de las manos e hicieron rondas de palabras, corazones de poesías, danzas de cuentos, olas de conocimientos, paisajes de historias. Había banderas, carteles luminosos y voces en las plazas que con letras adornadas repetían:
Liberada una historia
no hay candado que pueda sujetarla,
si la abrazás y la guardás en tu cabeza
no hay nadie que pueda apresarla.
Mientras las palabras se reproducían, Herminia llegó a la biblioteca y sintió alivio de encontrar todo en su lugar. Comenzó su rutina de limpiar los libros y volverlos a acomodar una y otra vez: por año de edición, por el grosor del papel o lugar de nacimiento del autor. Nunca se enteró que no cuidaba libros, sino hojas y tapas de cartón.

 Ana Gracia/Tihada

Libro álbum ilustrado por Paola Aragón Rocco
Algunas ilustraciones ver en el enlace http://cuentosdetihada.blogspot.com.ar/2012/10/libro-album.html






3 comentarios:

  1. ¡Qué bonito regalo para el Día del Libro Infantil! Desde luego doña Herminia no conocía el placer de la lectura y la magia de las historias. Me gustó mucho leer ésta. Besitos

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  2. ¡Qué preciosidad, Ana! Decir que me encanta sería poco. Un abrazo.

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  3. Ana, en mi blog de premios tienes uno esperándote:http://regalosaulatic.blogspot.com.es/2013/04/novo-premio.html
    Un beso.

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