lunes, 29 de abril de 2013

Día del animal

¡¡¡Nuestros queridos animales se merecen tener su día!!!

 

Para homenajear a esos seres que tanto nos acompañan, comparto un fragmento de una de mis novelas inéditas


Desde que empecé a contar mi vida en este diario esta Cheri, mi perro, calentándome los pies que los agarra de almohada y por nada del mundo se va a mover hasta que yo no me pare. Cada tanto levanta la cabeza y me mira, me parece que quiere que cuente sobre él, así que le voy a dar el gusto:
Resulta que mi hermana da clases particulares de inglés porque está juntando dinero para el viaje de egresados. Una alumna le trajo de regalo a mi perrito (bueno, Catalina dice que es de ella) y a Cata se le ocurrió ponerle “Sheriff” porque sabe inglés; pero en casa mamá, papá y yo le decimos Cheri, nos sale así y ahora todos -menos Cata- lo llaman como nosotros y Roberto -uno de los pensionistas- le grita:
– ¡Hola Chori, vení Chori!
Mi perro -que es muy vivo- entiende que le habla a él y corre a la camioneta a buscar carne que le trae del campo, unos huesos grandes que pasa horas mordiendo.
Iba a contar sobre mí y al final empiezo el diario hablando de Cheri, porque mi perro y yo somos casi lo mismo, andamos para todos lados juntos y nos copiamos. Será por eso que cuando canto mi hermana dice:
– ¡Dejá de ladrar nena!
Y cuando mi perro ladra todos opinan:
¡Este perro parece que habla!




lunes, 22 de abril de 2013

En el día de la Madre Tierra

Intercambio Creativo con Vivi y Sandra


El texto de la fotopoética es un fragmento de "Cuento para Hoja"  
que los invito a leer 




¡Sandra y Vivi un placer crear con ustedes!


martes, 16 de abril de 2013

A la niña sin edad



Por la niña que tenés
la que no tiene edad
para ella esta Fotopoética


Gracias niñas amigas, por atreverse a crear, jugar, divertirse...


 El texto de la fotopoética es un fragmento del cuento:
"Abandono abandonarla"



Un grupo de niños jugaba en las hamacas. El frío del atardecer otoñal llamó a resguardarse. La plaza quedó solitaria y yo todavía sentada ahí. Me dispuse a marcharme y la vi. Debo admitir -antes que me culpen por eso- que le sonreí. Me devolvió la sonrisa y vino decidida hacia mí. Era descortés irme sin preguntarle su nombre, estaba a pocos metros cuando le dije:

– ¿Cómo te llamás?

No respondió.

Levanté la vista. No había ningún mayor en la plaza. Solas la niña y yo.

¿Qué padres tendrá esta criatura -pensé- que la dejan a tan corta edad? No es mi tema, sabrá andar sola, me justifiqué.

Di media vuelta para irme. Escuché a la niña que corría. Sus pasos estaban cerca. Sí, venía hacia mí.

– ¿Estás sola?



– ¿Dónde  vivís?



Si no quería contestar tal vez era lo mejor. No saber nada, no entender nada. Está lleno de chicos en la calle. Si averiguamos mucho hasta nos pueden acusar quién sabe de qué atrocidades. Mejor irme. El semáforo en verde no me permitió cruzar. Los autos pasaban a toda velocidad en la  calle 32, camino a la autopista a Buenos Aires.

Sentí su mano que firme apretó la mía. Los autos se detuvieron. Cruzamos. En la vereda solté su mano. La miré. Traté que sonara amable lo que iba a decir:

– Me tengo que ir…

Caminé unos metros, la vereda del supermercado Chino y la del taller mecánico. No quería darme vuelta a comprobar si regresaba a la plaza o entraba al supermercado o…No fue necesario mirar, sentí sus pasos. Eran tan firmes como los de una mujer que taconea queriendo ser escuchada. Era ella, estaba segura.

Llegué a la esquina, doblé por 13, corrí cinco metros, como cuando huímos de un perro para despistarlo. Escondida detrás del árbol tiritaba. ¿Por qué?, no estaba abandonando a nadie. Que se entienda: fui sola a la plazoleta y sola quería regresar. Sola.

Se fue, sí se fue –pensé. Hacía más de 15 minutos que yo estaba ahí, escondida. Era momento de seguir. Me moví sigilosamente, las ramas del árbol también se movieron animosas. Una rama cayó sobre mi hombro. La niña estaba subida al árbol. Sonreía.

¡Sos una malvada, insolente, maleducada…!

Sentimientos que no me atreví a pronunciar.

Es sólo una niña. Es sólo una niña. Es sólo una niña.

Repetí para convencerme de no reprenderla.

Un golpe certero me hizo trastabillar, mi cabeza quedó dentro de un canasto de basura, me enderecé rápidamente, estaba bien…bien pesada la espalda. No quería entender lo  evidente: esos dos pies que colgaban desde mis hombros no eran míos (siempre tuve el delirio de ser contorsionista pero jamás hice ni un ejercicio de estiramiento).

Convencete -me dije- los pies son de ella, la nena.

No me gustó nada esa actitud impertinente, ¿o exagero? ¿qué hubieran opinado ustedes de una mocosa que se tiró desde el árbol y me hizo comer basura?, todo porque a ella se le ocurrió que la llevara a caballito.

Bueno, tal vez nadie en toda su vida la llevó a upa. No sé por qué me eligió a mí, pero hasta la esquina no me cuesta nada, reflexioné.

– Sólo hasta la esquina, ¿entendés?

No quiso entender. Me fui con la chica a casa.

Tuve que ponerme a rayar manzana con banana pisada y miel. Y cuentos por la noche y cuentos por la mañana, cuentos a toda hora, ya no sabía qué inventar, hasta saqué a relucir mi historia familiar y eso me trae dolor de vientre.

Arroparla para que se calme.

Llevarla a la cama cuando se quedaba dormidita…quiero decir dormida como una marmota. Y cantarle canciones de cuna cuando no se podía quedar dormida como una marmota.

Y los chupetines.  Eso fue lo peor. En el barrio no la pude ocultar más. El quiosquero a los menores les vende cerveza, pero a mí no me dejó pasar lo de los chupetines y eso que son redonditos,  no ando con el chupetín paleta sacando la lengua.

– No, no tengo hijos.

– No, no regalo golosinas.

– Son para mí (cara de asombro del tipo, como que es una locura, soy de pronto una revolucionaria por comer chupetines a mi edad). Es decir, son para la nena que vive conmigo, aclaro.

Antes que apareciera en mi vida, los días de lluvia me quedaba tomando un café caliente y comiendo salado y luego dulce y después salado. Pero con ella tuve que salir. Ella quería chapotear y mojarse el pelo, poner barquitos en los charcos en plena lluvia.

Los familiares y amigos le tomaron cariño, más que el que me tenían a mí.

– No la entendés.

– Hay que tener paciencia.

– ¡Es apenas una nena!

Hasta que se negó a ir a la escuela.

Que es una nena grande. Que entiende. Que no hay que fomentar caprichitos. Que la paciencia tiene un límite.

Eso dicen porque un día la dejé a cuidado de ellos, hasta se ofrecieron, amables, protectores. El tercer día las caras de culo eran notables, aunque no lo dijeran. Los entendí, nadie deseaba arrastrar con la infancia ajena o tener que buscar en alguna foto vieja la propia. Desligarse con excusas, eso hicieron.

–Ya es hora que la pongas en su lugar.

Cuál es su lugar me pregunté al verle los párpados pintados con chocolate y andar a caballo del perro, la escoba, el gato.

Cuál es mi lugar.

Cuál es el lugar de los que hablan de lugares.

Así anduvimos. Nos mirábamos, solitarias. Estaba claro que nadie quería una nena que llegara de visita y se pusiera a saltar en la cama y pidiera postre y hablara mientras los demás miraban el partido.

Y qué otra cosa me quedaba que contarle cuentos y hacer el recorrido de las ferias:  la plaza  de 19 y 44, Islas Malvinas, hasta la Vieja Estación hemos llegado.

Eso hice, una tarde y otra.

Hasta la desesperación lo hice.

Hasta pensar en empujarla del puente que cruza la 72, ese donde hay olor a pis.

Hasta esta tarde.

Fui a plaza Moreno con la esperanza de encontrarme a otro que anduviera con un chico colgado, un chico que no le pertenezca y sin embargo sea enteramente de él. Deseaba encontrar ese humano que sacara a pasear despavorido el lastre para que, al fin, la niña tuviera un amiguito con quien jugar y a mí me dejara en paz.

Hasta hoy que los vi.

Ahora, lo confieso, mi deseo íntimo es que la niña no me abandone y que nos pongamos a jugar los cuatro. A jugar sin asco, sin miedo y sin límite. A jugar a lo grande.



Ana Gracia/Tihada





jueves, 11 de abril de 2013

A cada uno le llega ese momento

                                             (Hacé clic sobre la imagen para ampliarla)

Gracias Sandra por estos Intecambios Creativos!!!
Su blog:  Mi Sala Amarilla

martes, 9 de abril de 2013

Les presento a las tejedoras que el mundo adora...



Si sos docente, cuentacuentos, ilustrador, locutor...
si sos padre/madre, abuel@, tío/a...
si tenés ganas, porque sí, porque te gustó...
podés cumplir el pedido de este cuento:
Busco manos solidarias que al leerme, en cualquier lugar y situación, tejan (regalen, compartan...) bufandas, sacos, mantas...¡lo que sea!, para que el mundo esté más abrigadito....


La Bufanda Humanitaria

Las hermanas Pascualini, tejedoras como ellas ya no hay. Una derecha, la otra zurda, cada una con una aguja tejen el mismo saco y veinte gorros mientras esperan que hierva el agua para el té. Ellas son así: tejen a la par y si una empieza a hablar, la otra la idea la va a terminar.

– ¡Vení Torcuato…! -dice Eulalia.

–…a desovillar un rato -completa Flavia.

Y por la ventana aparece el ayudante, un gato especialista en ordenar la lana por color, meterla en los canastos, hacer trencitas con las uñas y la punta del bigote, ovillar con las patitas delanteras y desarmar un tejido con la patitas traseras.

– Se escapó un punto, necesito…

–…tu ayuda lindo gatito.

Y Torcuato ataja con la lengua a ese punto travieso que trae dolores de cabeza a muchas tejedoras que no tienen un gato experto en hallar puntos invisibles, saltarines, incorregibles y  colocarlos en el lugar del tejido del que se ha ido.

Las tejedoras Pascualini han ganado una merecida fama, por eso tienen mucha clientela. Les piden un tapado, una frazada o un sombrero alado y ellas tejen hasta cuando hacen los mandados.

Entre los clientes tienen uno especial, el señor Ledesma. Lo conocieron una mañana de invierno que llegó a lo de las tejedoras a encargar una bufanda amarilla y antes que él apoyara su bicicleta en el árbol  ya se la habían terminado.

– ¡Caramba, con qué rapidez hacen una bufanda! -dijo sorprendido el señor Ledesma. Desde ese día, todas las mañanas llegaba con su bicicleta, tocaba una campanita y llamaba:

– ¡Eulalia, Flavia, Torcuato, vengo por una bufanda!

A las hermanas Pascualini las intrigó la actitud de Ledesma y, mientras una manejaba con pericia la aguja derecha y la otra con destreza la aguja izquierda, Eulalia expresó una idea que Flavia concluyó:

– Para qué quiere tantas…

– bufandas

– si tiene un solo…

– cuello

– ¿Dónde las guarda o

–…las expone?

– ¡Tal vez es un…

– coleccionista de bufandas!

Hasta que un día, después de la bufanda 313, decidieron saber qué sucedía.

– Torcuato dejá de jugar con…

– el ratoncito Ñato.

– Preparate que esta noche…

– salimos a ver qué hace el señor Ledesma.

Torcuato por los techos y ellas en patineta persiguieron a Ledesma que salió en su bicicleta con la bufanda azul con rayas grises que le habían hecho esa mañana. Anduvieron muchas cuadras hasta llegar a un portón donde un hombre dormía en la vereda. Ledesma lanzó su bufanda que giró en el aire y se enroscó en el cuello del anciano.

– ¡Oh, el señor Ledesma es un amaestrador…

– de bufandas!

– ¡Expertas en detectar…

– desamparados!

– ¡El señor Ledesma es un especialista…

– en dar calor al mundo!

– ¡Un abrazador…

– de cuellos fríos!

Tan impactadas quedaron Flavia y Eulalia que esa noche tejieron la bufanda multicolor más  larga del mundo, cien cuadras dicen algunos, ¡otros opinan que mil! Torcuato y el ratón Ñato ayudaron con los bigotes, las colas y las patas.

Temprano, cuando Ledesma llegó a encargar una nueva bufanda, se encontró con Torcuato que de un salto se subió al manubrio y le entregó dobladita y con moño la Bufanda Humanitaria. Eulalia y Flavia lo saludaron desde la ventana, estaban felices porque sabían que desde ese día el mundo iba a estar más abrigadito.


Ana Gracia/Tihada

Y si no es mucho pedir, me encatará saber sobre la experiencia realizada 

Los invito al blog Cuaderno de Colores y las propuestas del Hada de los Cuentos para tratar la solidaridad con los niños 

sábado, 6 de abril de 2013

2 de abril - Día Internacional del Libro Infantil


Invasión de Letras

Herminia Solimando era bibliotecaria en la escuela número 13. Ella amaba los libros. Los amaba tanto que cada media hora los ordenaba. Cuando los acomodaba por autor,decía:
–¡Uh, esto no queda bien, uno alto pegadito a uno bajo, uno flaquito apretujado entre dos colecciones de tapas duras! ¡Así no me gusta!
Entonces los reacomodaba por altura, pero se presentaba otro problema:
–¿Qué hace mi querido amigo “Historia del S.XX” viviendo junto al práctico señor “Aprenda a Arreglar Electrodomésticos”, que a su vez es vecino de este muchacho que tanto le gusta el agua: “La Vida Marina”? -se preguntaba preocupada Herminia.
Entonces otra vez los ordenaba por color o por fecha de edición, por tipo de tapa o por cantidad de páginas. Mientras los ubicaba por vigésima vez les pasaba el plumero y prestaba atención que ninguno quedara apretado, tampoco inclinado o acostado.
Cuando los niños iban a la biblioteca tenían que leer muchos carteles:
“No acercarse más de tres baldosas a los libros.”
“Si desea un libro debe pedirlo con veintinueve días de anticipación y tener toda la documentación en regla.”
“Para saber qué necesita para ser usuario tiene que consultar carpeta de formularios, folio 533 al 1551.”
Los alumnos observaban los libros con deseos de hojearlos, pero Herminia miraba las manos de los niños y se quedaban inmóviles como los libros en los estantes.
Aunque en realidad los chicos comentaban que los libros se movían, pero nadie les creía. El comentario se confirmó cuando fueron el lunes a la biblioteca y, mientras la señorita Solimando inspeccionaba las manos de los niños, un alado ejemplar llamado “Coloridos Cantos de Pájaros”, se inclinó quedando medio cuerpo fuera de la estantería y empujó al señor Diccionario que con gusto caminó un pasito hacia adelante y tocó un libro de “Artes Marciales para Marsupiales”, que dio un giro en el aire y cayó en la cabeza de la señorita Herminia. La bibliotecaria sufrió un leve mareo y, al recuperarse, miró horrorizada la estantería donde todos los libros estaban fuera de lugar, incluso algunos descansaban en el piso.
–¡Esto es un caos! -gritaba Herminia mientras se tiraba de los pelos.
Los chicos no pudieron explicar que no tenían nada que ver con la situación de “caos” y fueron suspendidos de la biblioteca por un mes, por ese motivo no hay testigos de los hechos que se desarrollaron a partir de ese día:
Herminia Solimando se retiró de su trabajo a las 17 horas, cerró la biblioteca con llave, pasador y trancas. Antes se aseguró que cada libro estuviera en su lugar ordenado según el alfabeto, pero empezando por la z.
Cuando los libros se quedaron solos tomó la palabra el señor Diccionario que tenía mucha autoridad entre sus compañeros. Con voz ronca sacó de sus páginas un vocablo:
–Hastío.
Su primo, el Diccionario de Sinónimos, no tardó en responderle:
–Aburrimiento, cansancio, disgusto, fastidio, molestia.
– ¡Todo eso es lo que siento! -interrumpió un bello libro de poemas- mi destino está en los labios de los enamorados, los soñadores, los bohemios…
– ¡Y el mío en los laboratorios -dijo un ejemplar con cara de célula y orejas de tubos de ensayo
– ¡Yo quiero que mis letras las reproduzcan en teatros callejeros -acotó el libro “Obras de ayer y de siempre para todos los gustos y para toda la gente”- con su doble cara dramática y cómica.
– Mis páginas quieren esconderse dentro de las guitarras -agregó la “Antología de Canciones Populares”.
Los libros deseaban salir a conocer amigos, así fue que más de mil escaparon por la ventana. El viento los ayudó soplando en un primer momento del Sur y al segundo del Este, después fue viento Norte y no se olvidó de soplar desde el Oeste. Se repartieron los poemas, las historias y las idea por todos lados y direcciones. Los libros fueron techitos y sombreros,escaleras, puentes, alimentos, sueños, despertadores…
La ciudad y el campo se desperezaban cuando los libros se acomodaron en el mismo sitio que la señorita Herminia los había dejado. Cuando las Sherlock Holmes de las bibliotecarias llegó, enseguida notó que algo había sucedido:
– ¿Y esta oreja doblada? ¡Ooohhh! (se espantó Herminia ante un lomo encorvado), ¡Aaahhh! (gritó ante un lomo achatado).
Herminia se detuvo frente a “Historia Única: un pez sabe música”. El cuerpo del libro parecía un bandoneón. Herminia lo tocó y escaparon sonidos que invitaban a bailar, pero a ella la hicieron llorar. Tanto lloró que las lágrimas se deslizaron por los pasillos de la escuela, entraron a las aulas y los chicos tuvieron que terminar la clase del día sentados en los bancos, parados en los picaportes y colgados de las lámparas.
Un batallón de porteros, bomberos y vecinos con sus secadores (de piso y de pelo), trapos y trapitos, no podían detener tantas lágrimas. Las tablas de multiplicar, las acuarelas, las pulseras de la señora directora, las uñas postizas de la señorita de cuarto grado… ¡todo flotaba en la escuela!
Los libros estaban sequitos porque -antes de mostrar su sufrimiento- Herminia se encargó de protegerlos. Para que los libros no se desacomodaran en su ausencia, la bibliotecaria llamó a una ferretería e hizo un encargue de varios camiones cargados de cadenas y candados, uno para cada libro. Así quedaron los libros encadenados.

Herminia dormía en su casa y el plumero descansaba en un rincón de la biblioteca, cuando doña Democracia dijo:
– No nos pueden impedir que expresemos lo que cada uno tiene en su interior.
– Estoy de acuerdo, de qué me sirve saber tanto de derechos y garantías si no se lo puedo contar a nadie -dijo la Constitución.
Y así se armó una Asamblea de Libros con la consigna:“El derecho a ser leído y no caer en el olvido”. Se acordó por voto unánime que, aunque estuvieran atados, iban a liberar lo más valioso que tenían y que estaba intacto en el interior de cada uno. Así fue como las letras se desprendieron de las hojas. Las salas de espera de los hospitales, las almohadas, la mesa familiar, los bancos de las plazas y los trenes fueron invadidos por letras. Una invasión de letras que se tomaron de las manos e hicieron rondas de palabras, corazones de poesías, danzas de cuentos, olas de conocimientos, paisajes de historias. Había banderas, carteles luminosos y voces en las plazas que con letras adornadas repetían:
Liberada una historia
no hay candado que pueda sujetarla,
si la abrazás y la guardás en tu cabeza
no hay nadie que pueda apresarla.
Mientras las palabras se reproducían, Herminia llegó a la biblioteca y sintió alivio de encontrar todo en su lugar. Comenzó su rutina de limpiar los libros y volverlos a acomodar una y otra vez: por año de edición, por el grosor del papel o lugar de nacimiento del autor. Nunca se enteró que no cuidaba libros, sino hojas y tapas de cartón.

 Ana Gracia/Tihada

Libro álbum ilustrado por Paola Aragón Rocco
Algunas ilustraciones ver en el enlace http://cuentosdetihada.blogspot.com.ar/2012/10/libro-album.html