jueves, 24 de septiembre de 2009

HOMENAJE A LA TURDEMIALLE (Post mortem)

(En el centésimo décimo quinto aniversario de su nacimiento)

PRIMERA ENTREGA: “A los artistas el arte nos trae artritis”

La señorita Turdemialle vivía en un pequeño departamento y escribir era su entretenimiento.
Todas sus amigas, cuando venían a tomar el té con leche, dedicaban un tiempo de su apretado ocio y escuchaban alguna de las historias escritas por la señorita Turdemialle.
– ¡Qué creatividad exuberante!
– ¡Tu cabeza encierra una mina de oro!
Fueron algunas de las frases que convencieron a la talentosa señorita a dejar de lado el pudor y participar en cuanto concurso literario se le presentó.
– Buenos días -dijo un día uno- soy de editorial Libros Pedantes no son los de Antes, le informo que organizamos un concurso bianual sobre la valoración de las antigüedades.
Esa noche la señorita Turdemialle escribió un emocionante cuento sobre la cristalería de su abuelita. Como era de esperar -menos por sus amigas- se ganó una mención honorífica que le llegó por correo certificado, pago contra reembolso. Cuando abrió la encomienda se emocionó ante una colección antiquísima de enciclopedias, con importantes términos que ya no se usaban y las pesadas tapas conservaban el polvo dándole ese invalorable toque naturalista. La señorita Turdemialle se sintió feliz como “chico con zapato nuevo” (en este caso usado). Sólo una pequeña duda la invadió cuando tuvo que regalar a la Biblioteca Popular sus novísimos libros, porque no entraban en su angosta estantería.
El segundo concurso lo leyó en un afiche colgado en una casa naturista. “Cuidemos el medio ambiente” era el lema en esa ocasión y ahí nomás, entre cereales y helados dietéticos, se inspiró y meta metáfora y rima una poesía escribió. Qué susto se llevó cuando le anunciaron por teléfono que había ganado. El primer premio consistía en una escultura de bronce representando un árbol perenne (es decir con hojas y todo), al que por un artilugio técnico, si lo enchufaba con un cable que le salía del tronco, en verano daba frutos bronceados.
A la señorita Turdemialle a partir de ese hecho no paraba de sonarle el teléfono, ya sea para felicitarla por el premio o -los envidiosos de siempre- para expresarle su desaprobación porque tiró todas las macetas florecidas por el balcón. Aunque trataba de explicar que tuvo que hacerlo para darle un espacio digno a su premio, hay gente que no entiende. Ese día se dio cuenta de su esencia de artista: “todos cargamos la mochila de la incomprensión”, se lo dijo al reportero que la reportó del diario en cuanto pudo.
Esa frase la consagró a formar parte de un limitadísimo Club de Intelectuales, gracias a lo cual recibía a diario las novedades de los concursos que se realizaban desde Zaldungaray a París, desde Daireaux a Nueva York. No le alcanzaba el tiempo para leer las bases, que detallaban de pe a pa las instrucciones para participar. Paso a dar unos someros ejemplos:
“Puede participar cualquier persona que sea mayor de edad, aunque no tanto porque debe estar viva en el momento que se dictamine el fallo dentro de diez años”.
“Los trabajos se reciben desde el día 12 hasta el 13 del presente mes, a las 0 horas. No se tendrá en cuenta fecha de matasellos de correo”.

Comprendió que si continuaba leyendo instructivos iba a perder su halo inventivo. Así se decidió por un concurso que fue fácil escribirlo, porque había que motivarse en los colores y sus matices. La señorita Turdemialle se colocó frente al espejo y observando su maquillaje escribió un cuento que los más ásperos críticos internacionales coincidieron en afirmar: “estamos frente a la literatura del futuro: beyond the absurdity”; libremente traducido al castellano: “arriba con los zurdos”. Lo que sonaba lógico porque ella escribía con la mano izquierda.
El sumun de la absurdidad todavía no estaba escrito en las páginas de la literatura, sino que lo llevarían a cabo en vivo y en directo unos chambones que le trajeron el premio: un mural de 2 por 5 metros de alto que tuvo que colocar en forma invertida porque no le daba la altura del techo. Lo subieron por escalera hasta el décimo G contrafrente. Tardaron varios días y tuvieron que dormir en la cocina de la señorita Turdemialle. Los que estaban fastidiosos con todo este batifondo fueron los del consorcio, que les dieron el flete a los fleteros que -de puro comedidos- colgaron el mural con unos clavos que traspasaron la pared y se hizo una rajadura de arriba abajo, es decir desde la terraza a la puerta de entrada del edificio.
“A los artistas el arte nos trae artritis”, fue uno de los titulares en que mostraban a La Turdemiall -como empezaron a llamarla, sin la e final- arrastrando todos sus muebles a la calle para acomodar los últimos premios adquiridos:
Una cortina de hierro y miles de armas destruidas por el cuento “A la paz no hay con qué darle”.
Un gorila tamaño gorila (respirando y todo) dentro de una jaula.
En realidad esto último no fue producto de un premio sino una confabulación por parte de los cuidadores del zoológico que vieron a los animales entusiasmados leyendo el único cuento que se editó en vida de la señorita: “Zoológico para humanos”. Se armó una revolución de bichos y los peores de contener fueron los gorilas. Por ese motivo le enviaron uno que estaba hecho una fiera, con un cartelito colgado al cuello que decía: “si usted pregona la liberación animal, hágase cargo: más de mil bananas diarias”. A La Turdemiall le pareció una exageración, pero de todas maneras se hizo eco del asuntito y desde ese día hasta su fallecimiento se la vio recorriendo mercaditos y ferias callejeras para adquirir la cantidad de fruta necesaria y mantener calmado al único y verdadero amigo que le hizo dos favores: comió el lápiz que la señorita usaba para escribir y le cerró los ojos.
Hoy día cualquiera puede visitar la casa de la Turdemiall que, por decreto de no sé quién, es un museo para que la posteridad se entere de lo que no se percataron sus contemporáneos: que allí vivió esquivando premios una artista.
Para el que quiera visitar el lugar, un dato: el municipio mandó a hacer un cartel indicador que costó fortunas, tiene una flechita indicando hacia arriba (¿será porque está en el cielo?) y su apellido escrito “Toursdemiá”. Que disculpe el error de imprenta quien en vida fuera incomprendida y póstumamente se la ha calificado como “la señorita que le florecían premios de las manos”.
Sin aspiraciones de poeta concluyo, que algún premio vuele a su sacra tumba olvidada.









7 comentarios:

  1. Tihada, me encantó lo de la señorita turdimialle, realmente hay mucha cretividad!!!
    CRIS

    ResponderEliminar
  2. ¡QUÉ LINDO SON LOS COMENTARIOS DE LAS AMIGAS!¡GRACIAS CRIS PORQUE SIEMPRE ESTÁS DÁNDOME ALIENTO, CON LOS CUENTOS, EL BLOG...EN LA VIDA!
    Y ESPERO UN CUENTO TUYO, QUE CON TODA LA EXPERIENCIA QUE TENÉS TRABAJANDO CON LOS CHICOS SE TE VAN A OCURRIR COSAS FANTÁSTICAS.
    ABRAZO!!!

    ResponderEliminar
  3. Me gustó mucho el cuento... pobre señorita Turdemialle! Saludos

    ResponderEliminar
  4. GRACIAS ERNESTO, POR TU COMENTARIO Y POR LAS AYUDAS CON EL BLOG.ABRAZO!

    ResponderEliminar
  5. Hola Thiada: me gustaría saber tu nombre para darte el crédito como autora de los cuentos de la Srita. thundermialle... están geniales, si me permites usarlos en mi clase de español en primer grado de Secundaria... estoy en un proyecto para fomentar la lectura.
    Consuelo Candelas G.
    Hermosillo, Sonora, México

    ResponderEliminar
  6. Hola Consuelo, agradezco tus palabras y tu espíritu buscador que se puso a leer estas historias publicadas en el blog hace un tiempo.
    Un honor que los usés en tus clases y me encantaría saber los comentarios de los jóvenes lectores!
    Mi nombre es Ana Gracia, también podés usar el seudónimo y hacer referencia a este blog.
    Desde ya muchas gracias y mucha suerte en tu proyecto!!!
    Un saludo fraternal desde Argentina!

    ResponderEliminar