lunes, 24 de agosto de 2009

UNA OBRA DE ARTE

La mamá de Serafina es una señora muy fina. A la mañana va al supermercado con una pollera azul y una blusa blanca. Cuando regresa se cambia y hace la comida con el vestido de entrecasa al que cubre con un delantal a cuadritos.
A las cinco de la tarde va a buscar a Serafina a la escuela, pero antes se pone la ropa de la tarde, una pollera más colorida que la azul aburrida de los mandados y una blusa con una flor en el pecho o prendedores y pañuelos de colores. En la puerta de la escuela todas las madres la miran porque hasta los zapatos y las medias combinan, ¡y eso que nadie puede ver que la bombacha siempre está a tono con la flor o el colgante multicolor!
– ¡Qué señora tan elegante! -comentan todos.
El problema empieza cuando Serafina sale de la escuela. A la niña sólo se le ven sus grandes ojos como dos ciruelas. Está toda embadurnada con plasticola, tiene desarmadas las dos colas, los moños asoman de sus bolsillos y el delantal blanco es verde, azul, amarillo.
– ¡Qué barbaridad! -repite todos los días la mamá mientras le sube las medias.
Hasta acá es la historia de una niña traviesa, pero les voy a contar sobre un día especial. Esto fue lo que pasó:
La niña salió del cole tironeando de la manga de un guardapolvo que iba barriendo los papeles de la vereda.
– ¡Qué pasó! -gritó la mamá.
Serafina sonrió muy feliz y mostró el guardapolvo pintado con témperas. casitas, vacas, lindos chanchitos y hasta un gallito diciendo cocorocó había en aquella granja de la imaginación. Pero lo peor fue cuando dijo que ese guardapolvo era de Romina, su mejor amiga.
– ¿Y tu delantal? -preguntó la mamá.
–Allá está -dijo Serafina y señaló a la madre de Romina que también contemplaba una bella granja pintada en la tela blanca.
En la esquina de la escuela se juntaron las dos mamás a resolver el dilema, pero ni Romina ni Serafina se hicieron problema.
Ese día ninguna madre se movió de la puerta de la escuela porque en vivo y en directo había una buena novela. La Directora, al ver por la ventana de su despacho que nadie se iba, salió a la vereda. Dijo buenas tardes con su vozarrón, todos contestaron y le señalaron la cuestión. La señora Directora se acercó a las madres y les explicó:
– Paso a relatar lo que sucedió en el día de la fecha: las alumnas Serafina y Romina se han presentado en la Dirección por haber dibujado en un lugar inadecuado. Por tal motivo, después de hacer el acta he decidido que cada una se lleve el guardapolvo de su compañera y para mañana lo traiga lavado y planchado.
En la casa de Serafina el lavarropas se negó a funcionar, porque el aparato entendió (más que las mamás y la directora) que se hallaba frente a una obra de arte.
La madre de Serafina estaba furiosa y la puso a fregar a su hija. La niña fue a lavar muy contenta porque le encantaba jugar con agua. Pasó horas lavando, pero ni una pata de la oveja se borró. Después de mucho enjabonar vio que las ovejitas estaban comiendo pasto y los chanchitos tomaban leche de su mamá. Serafina se restregó los ojos, creía que su fantasía le hacía ver cosas extrañas, pero en ese momento escuchó una vocecita:
– Hola amiga, gracias por la granja que me regalaste. Te invito a que vengas a visitarme -dijo la joven que estaba dibujada bajo un árbol.
Después pronunció unas palabras que Serafina no entendió, pero su tamaño pasó a ser el de las ovejitas y un segundo después cabalgaba por la granja.
Pasados unos días regresó y contó a sus compañeros que anduvo kilómetros de delantal y se bañó en el lago que estaba en el bolsillo. La miraron desconfiando que la historia fuera real, pero por las dudas esa tarde todos los chicos dibujaron bellos paisajes y desde el cuello al ruedo los guardapolvos lucieron zapatos danzarines, caballos voladores, árboles con patines, ¡y muchas vidas de mil colores!

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